Una pasadita por Barú

A veces hay que pasar por los lugares como para darse cuenta de las cosas como son en realidad. Porque a uno le pueden mostrar las cosas muy lindas en un volante, una revista o por Instagram, pero toca ir directo a los lugares para conocer en carne propia de que se trata eso y saber si de eso tan bueno hay y por qué no dan tanto.

Y mi objetivo no es  herir susceptibilidades ni hablar mal de mi país. Se trata de mejorar. Porque si estamos hablando de paz, prosperidad y crecimiento, hay cosas que tienen que cambiar para bien. Y pues como dijo el dermatólogo, vamos al grano. Recientemente estuve pasando unos días en Cartagena con un grupo de amigos y debo reconocer que esta ciudad no era mi primera opción. ¿Por qué? Bueno ya la había visitado y quería conocer otros lugares. Además ya había experimentado la consabida persecución de los vendedores ofreciendo la gafa, la gafa barata, la cachucha bacana, el masajito “gratis” (venga le hago la demostración en una pierna) y la prueba de ostras. En esa ocasión probé una ostra (o no sé qué animal marino era) que supuestamente era para degustar, cuando menos lo pensé ya me había comido cuatro y me estaban cobrando veinte “barras”. Aún no tengo claro el equivalente de esta  moneda local, pero le hice el reclamo al vendedor, cuestionando su falta de  ética cuya base era la mentira y el timo al turista bien intencionado. Y eso que yo estaba acompañado de un amigo cartagenero quien fue testigo pasivo de la estafa. Finalmente acordé darle cinco mil pesos al lugareño y todos contentos. Al otro día vi a un ciudadano chileno enojado con otro de estos “vendedores de ostras” porque supuestamente se había sentido estafado por el costo de estos mejillones (o cualesquier fuese el nombre de ese animal marino atrapado en una concha). Lo veía atortolado, inocente, maniatado, como muchos turistas extranjeros que no han desarrollado la malicia indígena y el par de centímetros  de un cuero llamado viveza que todo buen colombiano va generando con el paso de los años…y timos. Pero no lo digo como algo de lo cual enorgullecerse. 

A todas estas no le he hecho honor a los dermatólogos y me he desviado de mi “grano” que era hablarles de la visita a Barú. Ya había hecho esta expedición en mi viaje anterior, pero debido a que un amigo no conocía el mar y su consecuente navegación, decidimos ir a este exótico destino a las afueras de Cartagena. Es sabido por muchos que las playas de La Heroica no son muy emocionantes que digamos, por lo cual el turista debe buscar un chapuzón arenero en otros lugares. No era difícil buscar información ya que caminando por las calles de Bocagrande, y luego de comprar una cachucha bacana de diez mil pesos, tuvimos la oportunidad de encontrarnos con varios promotores turísticos, con descuentos especiales, para emprender esta fascinante aventura a Barú. No lo digo necesariamente en un tono sarcástico, no me malinterpreten. En serio, yo amo la aventura. Yo soy de los que se nutre de este tipo de anécdotas de nuestro folclor patrio, ya que me sirven para alimentar mis escritos con cuentos hilarantes, llenos de realismo mágico. 

Finalmente decidimos escoger un plan económico terrestre  hasta Barú  y que incluía un paseo en lancha hasta las islas del Rosario. Yo imaginaba que Barú era una isla y es sencillamente una linda playa a la cual se puede llegar por tierra o en lancha. Primera recomendación o “tip” de viaje: mejor vayan en lancha. Después de que nos recogieron en el hotel, duramos casi hora y media en el bus dando vueltas, esperando a recoger  a otros turistas y luego pedir un permiso. El tiempo de recorrido después de esto fue como una hora. Algo que pude constatar por medio de este recorrido fueron ciertas zonas deprimidas de Cartagena, barrios bastante humildes, como abandonados a su suerte. No digo que esto sea malo, es una realidad.
Llegamos casi a las once de la mañana. Nos dijeron que debíamos apurarle porque la lancha nos estaba esperando. Pasamos por una zona sucia, con aguas estancadas llenas de basura. Luego unas casuchas donde cocinaban unos lugareños, quienes al parecer son los que atienden allí este “complejo vacacional”. Efectivamente nos estaba esperando una lancha atestada de turistas. Después de pasar por encima de todos y buscar lugar atrás, la lancha partió. Cabe anotar que logré encontrar un chaleco salvavidas pero un amigo se fue “viringo” en términos de seguridad marítima, porque no pudo encontrar su chaleco. Esto no hizo mella en los tripulantes de la embarcación, quienes en un lenguaje que creo que era español, hablaban entre sí, coordinando la expedición. Unos turistas se bajaron en lo que parecía un paraje paradisíaco y afortunadamente liberaron el cupo de hacinamiento y aprovisionamiento de chalecos salvavidas. Mi amigo estaba a salvo. Agréguele que no sabe nadar muy bien. Doblemente a salvo.

Al llegar a la zona del acuario, nos dijeron que quienes quisieran quedarse a esperar allí, bien podrían hacerlo. O podían ingresar al acuario o hacer careteo (snorkeling) y ver unos lindos peces como Nemo y Dory. Claro está que para ello teníamos que pagar una módica suma adicional de $30.000. La otra opción era quedarnos allí contemplando el horizonte durante una hora. Yo dije, si ya estamos aquí, en medio de la mar, como náufragos sin plan, pues paguemos el plan de careteo. Obviamente esto no lo habían advertido los promotores turísticos. Efectivamente, creo que encontré a Nemo y alcancé a sumergirme y tocar el coral. Es bonito, la experiencia vale la pena. Lo que no supe explicar por qué al rato me agarró un mareo y me salí del agua. Duré como una hora con ganas de expulsar los huevos del desayuno, pero finalmente nada salió. No viene al caso. Volvimos a la playa y pudimos disfrutar de una playa atestada de turistas. Nada que ver con ese Barú solitario que años atrás había podido conocer. Ahora estaba llena de lanchas y motos recreativas. Fui al baño, y era una casucha  desvencijada cuya entrada costaba unos $500. No es por criticar, al igual iba en plan de aventura, buscando recopilar experiencias hilarantes como hacer pipí en una choza estilo vietnamita (durante la guerra).

Luego que salimos de la playa, no encontramos donde lavarnos los pies porque allí en Barú no hay agua a excepción de un sujeto que estaba cerca a los buses con una manguera, pidiendo propina voluntaria.  El paseo estuvo chévere, la pasamos rico, mis amigos estaban contentos. Yo disfruté, en serio. A pesar de estar mareado en esa lancha y no comprender la jeringonza de los tripulantes, lo disfruté, en serio. Solo  quiero dejar la reflexión acerca de si estamos preparados para un crecimiento exponencial del turismo en Colombia. ¿Tenemos la infraestructura? Cartagena es linda, es bella, la gente es maravillosa. Pero si Cartagena es uno de las principales atracciones de nuestro país y tiene algunas fallas, ¿Qué podemos esperar del resto de lugares? Otra cosa  que quiero resaltar: hay que proteger la naturaleza. Si no podemos evitar que estos lugares se llenen de basura y contaminación, mejor que no vaya nadie. Si el turismo no va a generar riqueza y mejorar la calidad de vida de la gente que vive allí, y solo llenar los bolsillos de multinacionales, mejor que no vayan. 

Estamos en un momento crucial para hacer del turismo colombiano algo de calidad, que sea una oportunidad para mejorar las condiciones de vida de los locales, quienes también deben comprometerse a respetar al turista y dejar a un lado la mentalidad de exprimirles el dinero a como dé lugar. Volveré a Cartagena si Dios me da vida, porque amo a mi Colombia y porque es un lugar que tiene una magia especial. Excepto por  unos raperos que se burlaron cantando de mí y dizque me parecía a James por mi cachucha, pero eso ya hace parte de otra historia…

Libros SE HABLA COLOMBIANO

Comentarios

Entradas populares