A cualquiera le pueda pasar

Si no fuera por la urgencia intestinal de Dumoulin, serían pocos los segundos que Nairo Quintana le hubiese descontado en la presente edición del Giro de Italia. Pero, ¿Quién no ha tenido una emergencia sanitaria en su vida en el lugar menos pensado?

Pónganse en el lugar de Dumoulin: el ciclista va juicioso, concentrado, pensando en la meta, pedaleando firme para conservar esa buena diferencia en minutos y segundos que lleva sobre sus rivales. Es el líder de la carrera y porta orgulloso la maglia rosa. De repente y de forma completamente inesperada, sus tripas le juegan una mala pasada. Es un dolor abdominal, es la tripa traicionera, acompañado tal vez de alguna flatulencia rebelde que escapa indómita sin previo aviso. Pero no es esa necesidad cotidiana, el típico deseo de hacer del cuerpo donde uno puede de alguna manera pensar: - Yo aguanto-. No. Es como ir en descenso a toda velocidad pero sin frenos. Es cuando los intestinos, por alguna razón que se escapa a la ciencia y la lógica hasta ahora conocidos, nos transmiten esa sensación insoportable de hacerlo en donde sea y como sea. Eso fue lo que le ocurrió a Dumoulin. Sin importar que estuviera en vivo y en directo, aun sabiendo que eso le podía costar el título, lo primero era lo primero. Se bajó los pantalones, se empelotó y liberó ese exceso de equipaje que llevaba atormentándolo por varios kilómetros.

Pero no quiero hacer una crónica detallada de un incidente que a cualquiera le puede pasar. No quiero escarbar en la vergüenza pública de un deportista para tratar de extraer algo de humor de su infortunio. Solo lo traigo a colación porque simplemente quiero resaltar que esto le puede pasar a cualquiera. A usted le ha pasado. Y con mayor razón en estos tiempos de colon irritable, desordenes digestivos, dolores de estómagos, gastritis, úlceras o gases transmileniales. La gente ahora con ese corre-corre, con los afanes, por no comer sano, por excesos de fríjoles y coliflor, por las grasas, por las harinas, por la falta de fibra, empiezan a sufrir de estos males. Ya hacer popó “bien” es una proeza. Debería existir una aplicación como Instagram, algo que se llame Popogram por ejemplo, para publicar cada vez que hacemos algo “lindo”, algo bien formado. Porque no hay nada más incómodo que andar flojo del estómago. Estar en un centro comercial y de repente tener que salir corriendo a buscar un baño. Va uno urgido, apretando, cuando se encuentra uno con la fila. Viene ese sudor frío, se acelera la respiración, claro está uno tiene que disimular que no hay prisa, “todo está bajo control”. El cuerpo le da a uno unos minutos extra, es como un aguante adicional, puede funcionar pensar en otra cosa, como por ejemplo en ciclismo, las hazañas de Nairo, la competencia contra Froome, Dumoulin…¡Rayos! El cerebro me traiciona y regresa esa sensación incontenible, el regreso de la tripa traidora.

Finalmente un baño libre y no alcanza uno a sentarse cuando el organismo, por algún misterio que el mundo científico no ha podido descifrar (incluyendo a Stephen Hawking), expulsa de forma escandalosa “eso”. Eso que sale de allá abajo, algo fétido, amorfo, no digno de ser publicado en Popogram, algo que debe pasar pronto al olvido una vez hacemos la descarga. Y salimos del baño como perrito recién peluqueado, nos sentimos ligeramente avergonzados, vulnerables, expuestos, demasiado humanos, reales, aterrizados, la diarrea es literalmente un polo a tierra que nos recuerda que no somos seres angelicales. Que lo que sobra de lo que comemos, a algún lado tiene que parar, pero que de alguna manera nadie quiere hablar.
Dumoulin, el líder poderoso, medallista olímpico, contrarrelojista excepcional, parecía imbatible en el Giro presente, sin embargo esa tripa traicionera, quien lo creyera, lo puso en la cuerda floja. En la cuerda floja del estómago flojo. ¿Se recuperará? Dicen que tomando mucha Coca Cola…

Sin embargo ahora todos nos identificamos con él, no solo porque ayudó a Nairo cuando se cayó de la bicicleta, desacelerando la velocidad del lote, sino porque sabemos lo que se siente aguantar, disimular y luego importarle un comino lo que piensen los demás y evacuar. Es una mezcla de sensaciones, porque al final, después de la tempestad viene la calma. Porque esa sensación de alivio no tiene comparación, es como llegar al cielo, es como una inyección de vitalidad, mejor dicho, le vuelve el alma al cuerpo. Y eso vale más que cualquier título o trofeo.

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