LOS DISFRACES DE HALLOWEEN



Recientemente estuve en una tienda curioseando algunos disfraces de halloween para los niños, y debo reconocer que han mejorado bastante en comparación con los de mi época. Son hechos con mejores materiales, más realistas y sí se asemejan a los personajes que representan. Los niños de hoy en día son más privilegiados en ese sentido. Mi primer disfraz, si mi memoria no me falla, fue el de aquel personaje llamado Arturito (r2d2 en inglés), el robot pequeño, redondito, de “La guerra de las galaxias”. Para ser honestos no es que me pareciera mucho a Arturito. Mi disfraz consistía en una máscara sujeta con un caucho y un impermeable con el dibujo de Arturito impreso. Con esto mi papá me convencía que yo estaba disfrazado. Yo en mi interior tenía la ligera sospecha que no me parecía a Arturito, pero por lo menos con eso podía salir a pedir dulces.

Luego que el disfraz de Arturito se dañara, me compraron un disfraz de El Súper Héroe americano. Hoy día, cuando yo le comento a alguien acerca de mi disfraz, la gente me pregunta ¿Quién era el Súper Héroe Americano? Bueno, la verdad es que no es un superhéroe muy famoso que digamos. Era un programa de televisión de los 80´s, y el protagonista era más bien torpe, una especie de chapulín gringo. Este disfraz me quedó pequeño al cabo de un par de años. Me di cuenta porque la parte inferior de la trusa ya estaba llegando a las rodillas y el traje quedaba todo tensionado halándome los hombros hacia el frente. También las polillas habían hecho de las suyas formando respiraderos naturales.

Luego de un par de años mi papá se cansó de comprarnos disfraces y empezó a utilizar su imaginación para hacernos disfraces económicos, bastante improvisados por cierto. Una vez compró una máscara de plástico de El Fantasma en la papelería de la esquina, de esas máscaras desechables que se rompían al día siguiente. Luego para imitar la capucha me puso un gorro azul de piscina y una camiseta blanca de mangas largas que yo tenía. También me coloqué un par de botas de caucho y ya estaba listo el superhéroe.

El colmo de la improvisación llegó al año siguiente cuando nos compró a mi hermano y a mí, unas máscaras de bruja. Estaban elaboradas con capas de papel periódico y engrudo, tenían un par de huecos diminutos en la prominencia que se suponía era una nariz. Estos respiraderos eran bastante asfixiantes, al punto que teníamos que quitarnos la máscara cada rato. Nos colocábamos la máscara solo para la canción del triqui-triqui. Los pelos de la bruja creo que eran de pelo de mazorca o algo así y se metían entre los ojos y daba rasquiña. Eso parecía más una artesanía que un disfraz digno de un niño. Para rematar no teníamos ningún otro aditamento adicional para cubrir el resto del cuerpo, ni capa, ni espada, ni botas, nada. Éramos brujas que iban de particular. Yo veía que algunos niños grandulones ya ni usaban el disfraz, les daba oso, pero eso sí cargaban su bolsita y se pegaban detrás del grupo de los chiquitos que cantaban el triqui triqui, y cuando salían a repartir los dulces ahí sí arrimaban la bolsa. Eran los capos del cartel del dulce.

Ya el tiempo ha pasado y es poco creíble camuflarme con un grupo de niños a pedir dulces. Si quiero dulce gratis, me toca conformarme con el que dan cuando pago el almuerzo ejecutivo. Pero está bien, lo acepto, con resignación… pero lo acepto. ¡Justo ahora cuando sí puedo comprarme ese disfraz de Supermán que tanto me gusta! ¡No es justo!


Fuente: Libro SE HABLA COLOMBIANO
Autor: Leonardo Quevedo "Lequerín"
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