Bajo contenido nutricional

Pasa el tiempo y cada día me intereso más por cuidar mi salud, comer bien, balanceado, evitar la denominada comida chatarra y añadir a mi dieta un mayor porcentaje de frutas y verduras. Eso dicen los expertos, eso me dice el estómago, eso me insinúa mi conciencia. Porque he desarrollado poco a poco una conciencia «grasil», es decir, me siento culpable cuando como grasa en exceso. Si ingiero una empanada, cuya servilleta está empapada en grasa, imagino esa grasa, la que ingresó camuflada a mi sistema a través de la harina crocante, la carne, la papa, el arroz, ese sabor adictivo de la empanada, ese sabor que camufla la manteca descarada que corre por mis venas, con un sutil aroma de ají. Y me siento culpable por las 400 calorías de este alimento y me pregunto, ¿cuántas vitaminas, cuántas proteínas, cuántos minerales aportará una empanada?

En estos días he tenido una preocupación muy concreta. Se trata de lo que la gente está comiendo en el Transmilenio. Me asalta la inquietud: ¿quién es el encargado del comité nutricional de las comidas que se venden amplia y descaradamente en este sistema de transporte? He ingresado en múltiples ocasiones al sistema, con el estómago crujiendo, rogando por un...qué sé yo, alguna empanada rellena de quinua, sin gluten, bajos niveles de azúcar y sal. O tal vez un plato de vegetales con trozos de salmón. Al menos un trozo de aguacate. Pero no. Lo que abunda en Transmilenio son «paquetitos» de dudosa reputación nutricional, engaña tripas, sofismas de distracción intestinal, azúcares que incitan a la adicción. Mentas, galletas con chips de chocolate, papas, combinados de papa, chicharrón y plátano. ¿Habrá acaso algo digno de comer allí? Es de abonar que la asociación de maniceros han aportado su tímido grano de arena, con calorías teóricamente sanas. De resto, apague y vámonos. Admito, sí, lo admito, que soy «mentero». Es decir, me gusta comprar el paquetico de mentas, la dosis personal, para mantener mi aliento fresco, en todo momento y ocasión.  No tengo idea, cuántas proteínas aportará una menta, solo sé que endulza mi paladar en medio de la apretujadera, algunas frenadas ocasionales, y el sinfín sonsonete de «próxima parada».

Me preocupan también aquellos alimentos, de origen exótico, como los brownies turcos, con registro sanitario del Invima...de Estambul, tal vez, si es que eso existe por allá. ¿Acaso vendrán de Omán? ¿O Vietcong? He optado por abstenerme de probar estos productos de contrabando, muy seguramente provenientes de fábricas en países remotos, elaborados por no sé qué sujetos en condiciones paupérrimas, por ejemplo un talibán en calzoncillos, sudoroso, que no se ha duchado en dos semanas. Ahora volviendo a mis mentas... He comprado unas que venden en una cajita que parece de mentiras, una caja sin sellar, graciosa ella, pero ¿quién garantiza la salubridad de la bolita de menta? ¿Acaso estarán manoseadas? ¿Pre-chupadas? Porque este podría ser el control de calidad en otros países, del medio Oriente, puede ser algo cultural, prechupar las cosas y luego empacarlas. Eso no lo sabe uno. ¿Y qué podríamos decir de las habas, el maní dulce y salado, el maní combinado que viene empacado de forma artesanal? ¿Quién empaca estas bolsas? ¿Las manitas estaban limpias antes de empacar? ¿Esto lo sabe el comité nutricional de Transmilenio? ¿O el Invima? ¿La junta de empacadores maniceros? No he visto el contenido de calorías de estos paquetes. Es algo que me preocupa a la verdad.

Finalmente, debo destacar que tengo curiosidad por descifrar los niveles de esterilidad de ciertas colombinas (o chupetas), rojitas ellas, precariamente empacadas, ofrecidas por lo general junto con una historia bastante conmovedora. Es esa colombina básica, algunas fracturadas, ligeramente abierta en la parte inferior, por donde es posible que se cuele una hormiga, una bacteria, un ácaro, definitivamente no está «sellada al vacío». Expuesta al manoseo también, porque la colombina transita entre algunas manos y vuelve al paquete general. ¿El precio? No tiene precio alguno, el aporte es voluntario. ¿Por qué tan barata? ¿Es acaso una técnica de mercadeo tipo jíbaro para generar adicción por este comestible? El comité deberá determinar si esta colombina es digna de ser consumida o solo es de utilería, para recoger fondos para causas nobles. Estoy esperando el comunicado porque ya me he comido como cuatro. Por ahora me ha ido bien, en términos digestivos.

P.D.
Si el comité nutricional de Transmilenio existe, por favor tengan en cuenta las anotaciones, sugerencias y recomendaciones anteriormente expuestas. Si no existe, hacer caso omiso. Gracias por la atención prestada. 

// Fotografía de Pamela Aristizábal, publicada en El Espectador

Comentarios

Entradas populares