Acerca de la muerte y otras cosas no tan mortales
En estos tiempos tan pandémicos es inevitable reflexionar acerca de la muerte. Todos tendremos tarde o temprano una cita con esta cruda realidad y no hay escapatoria. Ni las cremas antiarrugas, ni horas extras en el gimnasio, ni la moringa, ni la pomada verde, ni los jugos verdes, ni los billetes verdes podrán ayudarnos a escapar de este momento decisivo, trascendental y por encima de todo: mortal.
Una de mis grandes preocupaciones es ser enterrado y despertar súbitamente dentro del baúl. Por eso considero que las pólizas funerarias están diseñadas para los vivos, no piensan en el bienestar real del muerto, o el muerto resurrecto por lo menos. Piensan que con un ataúd acolchado será suficiente para protegerlo de posibles magulladuras (en caso de que el cofre caiga al piso por «x» o «y» circunstancia). El muerto (o el casi muerto) debería tener un «Kit de supervivencia» que incluya: una linterna, un tanque de oxígeno y un celular con minutos. Por esto es clave que el difunto sea enterrado en una zona céntrica, con buena señal. Los de las funerarias no piensan en estas cosas. ¿Creen que es suficiente con dar tinto y aromática a los dolientes? ¿Acaso el muerto no podría llegar a sentir sed? ¿Qué tal un botilito y su pitillo justo al lado de la boca? Uno no sabe lo que puede estar pensando el muerto. Tal vez le da pena beber delante de las personas, mientras lo miran por aquella ventanita.
Y hablando de la «ventanita» (el cristal por medio del cual la gente observa de forma casi que morbosa el rostro cadavérico del fallecido), yo la verdad preferiría que la mantuviesen cerrada. No me gusta la gente chismosa, husmeando a ver con qué cara quedó el difunto. Es incómodo la verdad que lo estén mirando a uno. Digo, cuando me muera, prefiero que no me estén analizando como si fuese una pieza de museo. Afortunadamente los dejan con los ojos cerrados. Imagínese usted estar con los ojos abiertos de forma permanente, sin la opción de pestañear siquiera. Sin lubricación ni nadie que le eche gotas. Y lo más crítico, sin la opción de tener un «break» y tomar agua del botilito, que pues da pena en este momento tan trascendental, tan crucial, tan...mortal, dizque ponerse a tomar agua.
Otra cosa que me preocupa es que no me guste la lápida. Especialmente porque sería algo bonito que tuviese un epitafio memorable, digno, algo que impacte incluso a los curiosos que están de visita por el cementerio. Algo como «si escucha un ruido por favor sáqueme de aquí» o «romper en caso de catalepsia» o "Por favor no olvide recargar el botilito". Sería bueno tener como una manguera conectada al ataúd por si el muerto tiene sed. Insisto, no sabemos lo que pueda sentir el susodicho. Usted dirá, «es que los muertos no sienten nada», pero no hay pruebas contundentes, aparte de la piel fría y la ausencia de respiración, o la putrefacción progresiva de los órganos internos y la carne, yo no podría afirmar con 100% de certeza que el difunto no tuviese un antojo de un sorbo de agua.
Pienso que también los difuntos debería tener un periscopio para ver cómo quedó la lápida o ver quién visita la tumba. Me parece un gesto de buena educación por lo menos saber quien va, no ignorar la visita. Claro en el supuesto caso de que el muerto así lo perciba. Creo que dentro del kit olvidé mencionar alguna sustancia «anti gusanos». No sé, qué tal un jarabe, un purgante, algo que sirva para espantar a esos bichos que en realidad sería algo fastidioso tenerlos ahí encima.
Es verdad que no sabemos en qué momento moriremos, ni cómo, ni en qué circunstancias. Se sale de nuestras manos. Lo que sí debemos es evaluar al detalle los servicios funerarios, considerar aquellos aspectos que no cubren la póliza y estar atentos para hacer el reclamo. Ver con lupa la letra pequeña y verificar si viene incluido el servicio de botilito, periscopio y el celular con minutos. Por lo menos que el ataúd cuente con un buzón de sugerencias para que el muerto pueda hacer algún tipo de reclamo por el mal servicio desde el más allá. Es lo mínimo que se debe tener en consideración. Claro está, si es que el muerto puede escribir, es decir, que tenga una pluma a la mano. Es que son muchos detalles y todo muerto merece morir cómodamente, eso sí con precios justos y razonables, para que el finado, en caso de que pueda leer la factura, no se muera del susto con la cuenta.
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