Un viaje a Quito


Una nueva aventura se perfilaba en el horizonte. Un paseo a una nación hermana, una nación querida, un país desconocido hasta entonces, un misterio por develar. El día había llegado y salimos a pasear al Ecuador. Decidimos evitar las carreteras colombianas y volar directo a Pasto. Cuando llegamos  experimentamos un cálido ambiente, algo familiar, era como algo cercano. Y es que mis padres son boyacenses y el ambiente nariñense, la gente, el clima son similares a Boyacá. También son paperos. Yo soy bogotano pero tengo en mí ese olorcito, ese aroma, algo de esencia boyacacuna en mis venas que no lo puedo ocultar. Los paisajes, las caras campesinas de herencia indígena, las construcciones coloniales tienen ese sello característico de las poblaciones del interior.

El aeropuerto de Pasto no queda en Pasto. Queda en el municipio de Chachagüí. De allí tomamos un taxi los tres y una pasajera más. Luego de veinte minutos llegamos a Pasto y dejamos a la chica en un hotel muy bonito ubicado cerca al centro de la ciudad. Mi papá dijo que por qué no nos quedábamos en ese hotel. Se veía que era un hotel agradable, moderno, pensé por unos segundos que podríamos bajarnos en ese lugar, pero decidí respetar la reserva que tenía. Cuando uno busca hotel por internet, por obvias razones, uno se pregunta si la opción que uno ha seleccionado es la mejor, ya sea por seguridad, ubicación, transporte, etc. Uno lee los comentarios y las puntuaciones para hacerse a una idea de más o menos como va a ser el hotel. Usualmente hay algunas fotos (algunas muy cercanas para despistar), pero uno realmente no lo descubre sino hasta que llega  al lugar.

Cuando llegamos al hotel, nos dimos cuenta que no era tan bueno como el de la muchacha. Mi papá dijo que porqué no nos habíamos bajado en el hotel anterior. Yo le dije: - Hay que respetar la reserva-. Porque es que uno se compromete, así sea por internet y yo digo una de las cosas: hay que sostenerse hasta el final, porque es en que este país lo que menos vale es la palabra, y eso tenemos que recuperarlo. Claro que el hotel pues no estaba muy bien ubicado que digamos, más bien  era una zona de talleres de carros. Algo así como el  7 de agosto en Bogotá. Pero bueno, luego nos consolamos al saber que la ducha de la habitación tenía su buen chorro de agua. Porque es que un baño de hotel que se respete, tiene que tener su buen chorro de agua, relajante, ese chorro que pega en la espalda, es como...una chorroterapia...¡Sabroso!

En la noche sí escuchamos algunos ruidos porque, pues, las paredes de las habitaciones no es que tuvieran mucho aislamiento acústico que dijéramos. Se escuchaba la telenovela que estaban viendo en la habitación contigua. Luego a eso de la medianoche alguien timbró como dos veces. Pero no era ese timbre de acústica agradable como por decir: -¡Ding dong!-,  sino de esos que hacen:
- ¡Riiiiiing!-, y bueno finalmente logré conciliar el sueño. Minutos después creo que mi mamá empezó a roncar y me desperté de nuevo. Golpeé varias veces la cabecera de la cama con la mano, tratando de despertar a mi madre, para así lograr que cambiara de posición o que reaccionara. Parece que funcionó.

Al día siguiente salimos a buscar el famoso plato de la región: el cuy. Debo reconocer que no me disgustó. Es tostadito con un ligero sabor a  pollo. Lo pedimos en trozos de manera que no lo pudiésemos ver completo, como una rata despernancada en el plato. Eso sí, la cabeza estaba ahí, pero chamuscada. No se veían bien los bigotes, tal vez un poco los dientes. Creo que mi mamá chupó la cabeza. A ella también le gusta chupar la cabeza del pescado y comerse los ojos. A mí no. Me parece que la consistencia viscosa de los ojos se me asemeja a la de...un ojo...viscoso. De todas maneras mientras masticaba, intentaba pensar que estaba comiendo un delicioso pollo tostadito. Sabía que no estaba comiendo una rata, pero sí de la familia de las ratas. Por decir el primo de una rata. Ahora, insisto, trataba de no pensar en estos parentescos de primer grado para que pudiese deglutir el alimento, que por cierto sabía bien. Especialmente el cuerito tostadito. Parecido al de la lechona. Por eso era mejor pensar que me estaba comiendo una especie de lechona con pollo, algo así. Ese fue mi truco sicológico. Y de verdad yo les recomiendo que cuando puedan se coman un cuy, es rico. Solo que no piensen en la rata, ni los ratones o animales así. A menos que ames las ratas y bueno, ya tu dirás:
 - ¡Que rata tan rica!

En Pasto nos quedamos un par de días y luego fuimos a Ipiales. Allá pasamos otra noche y fuimos a ver cine. Era la película de Los pingüinos de Madasgacar. La sala estaba completamente vacía. Eso pensamos por lo menos hasta que escuchamos unas risas. No eran espantos sino unos niños que no habíamos logrado visualizar por su baja estatura. Yo le dije a mi madre que no se fuera a dormir, porque ella usualmente "duerme película". La verdad es que finalmente los tres "dormimos película"... ¡Fue una siesta muy divertida!

Ya en Ecuador, ibamos rumbo a Cochabamba y algo que me llamó la atención es que también se suben vendedores a los buses. Yo esperaba que el vendedor repartiera algún producto como chocolates marca Gato importados de Venezuela o Kazajstán, pero cual sería mi sorpresa al ver que el chico repartía una lonja de bocadillo completa. Sí, el bocadillo de guayaba, y no era el pedacito, no. Era la lonja. Tal vez allá sea normal, pero en Colombia no lo he notado. Es como si aquí un vendedor se subiera a la buseta y repartiera totumos con arequipe, manjar blanco o una libra de queso. Y pues de hecho hubiera sido bueno que tuviera queso, porque es que el bocadillo así  solo como que empalaga.

En Cochabamba nos hospedamos en un apartamento que era propiedad de una ecuatoriana que estaba casada con un español.  Estaba algo lluvioso y  el primer día no conocimos mucho. Mi padre dijo: -¿Por qué no nos vamos ya para Quito?-. Yo le dije que había que respetar la reserva. Había hecho reserva para dos días. Y es que yo digo una de las cosas, cuando uno da su palabra pues hay que mantenerla ¿no? Y es algo que se ha ido perdiendo, se ha ido perdiendo... Es que mi papá es algo apresurado y pensaba que no había nada más para ver. Pero al día siguiente pudo ver el Parque de los cóndores y se dio cuenta que había valido la pena esperar.

Esa noche, estábamos en la plaza principal de Cochabamba y tomamos un taxi al apartamento. El chico del taxi no siguió bien nuestras instrucciones. Iba como un bólido mientras hablaba por celular. Le dimos la dirección pero tal vez esperaba que le diéramos mas señas. Finalmente nos dejó en una esquina de un lugar oscuro. Le hicimos el reclamo pero parece que hablaba otro idioma: quechua...nahuatl...arameo...extraterrestre...no sé...no reaccionaba...permanecía impávido esperando su pago. Le pagué y siguió su camino e hizo caso omiso de nuestra investidura de turistas. ¿Y ahora quién podrá defendernos? Pedimos un celular prestado pero casualmente "nadie tenía minutos". Finalmente un señor se compadeció de nuestra situación y nos llevó en su carro. Estabamos a unas cinco cuadras pero uno en medio de la noche, del susto, se atortola y no sabe ni para donde coger.


Estuvimos tres días en Quito.  Luego regresamos de nuevo por Pasto. Dijimos que sería bueno hospedarnos en el hotel en el que se había quedado la muchacha. Al menos una noche en un buen hotel. Ya estábamos cansados y era justo un buen descanso, una buena ducha, con un buen chorro de agua. Yo estaba dispuesto a pagarlo. Mi papá entró primero y preguntó el precio. Le pareció caro. La señora de la recepción dijo: - Si quieren miren la habitación-. Pero mi papá estaba en plan de ahorro y salió de inmediato.  Luego nos encontramos con unos policías que nos recomendaron un lugar cerca de allí, muy cerca a la plaza principal de Pasto. Una chica policía nos dijo que ellos se hospedaban con frecuencia allí.

Llegamos al hotel y el lugar no estaba tan mal. La tarifa era muy económica y mi padre no quería que gastáramos mas plata. Cuando me acosté en la cama, sentí que el colchón era un poco rígido, levemente deforme. La cobija era delgada, algo desgastada y tenía un olor un poco fuerte, como a viejo, moho, a guardado...y a no sé que otros sucesos que pudiesen afectar a una cobija. Sentí un poco de rasquiña después en todo el cuerpo. Era como si la cobija tuviera algunos agentes alergénicos en su superficie. Creo que era un hotel perfecto para un policía...en combate...una especie de trinchera. Pulgas no había eso sí...era lo rescatable. ¡Ah! Y los cuadros de la habitación...sí, bonitos...

Fue un viaje agradable porque conocimos muchas cosas del sur de Colombia y Ecuador. Lo mejor fue que compartí con mis padres y esos momentos son inolvidables. Y claro está, aprender de las experiencias: No olviden buscar un hotel que tenga buen chorro. ¡Eso jamás!

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