La Misión de llenar el álbum
La clasificación de la selección colombiana de fútbol al
mundial de Brasil, ha generado gran conmoción, ya que hacía un buen tiempo no
teníamos el privilegio de ver a nuestros deportistas luchando por la copa. El
consabido marketing que se mueve detrás de estos eventos es monumental. Miles
de personas compran camisetas, pitos, cornetas, maquillaje tricolor, videos,
afiches, pasajes a Brasil y por supuesto no pueden faltar los que compramos el
famoso álbum de “monitas” (láminas)
adhesivas, con el fin de perpetuar en nuestra memoria los rostros de aquellos
jugadores que fueron partícipes de la franca lucha de titanes futboleros.
Primero compré la caja de cien sobres. Este es el impulso
inicial para que el álbum no se vea tan “pelado”. Luego empecé a buscar otros
aficionados con los cuales intercambiar las láminas, pero fue algo difícil en
mi trabajo. Logré intercambiar algunas y luego empecé a leer en Facebook los
estados de algunos amigos: “Ya llené el álbum”, “Misión cumplida”, “Sí se pudo”,
etc. Estados que por lo general causan ansiedad. Yo digo: Oh, y ahora… ¿Quién podrá defenderme? ¿Quién se apiadará de esta alma y me ayudará a cambiar monas?... ¡Necesito
llenar este álbum antes que empiece el mundial! ¡No me puedo quedar atrás!
Pude contactar a un amigo y quedamos de vernos un fin de
semana para hacer el intercambio. Pero la cita se postergaba y nada que
podíamos vernos. Finalmente acordamos encontrarnos por ahí cerca a los
parqueaderos del estadio el Campín. Era ya un poco tarde y empecé
a caminar dando vueltas cerca al parqueadero. Hacía frío y tenía un saco con capucha. Tenía puestos
unos lentes oscuros y trataba de no quedarme en un solo sitio para no dar
papaya. La policía circulaba seguido por este lugar y no quería parecer como algún
traficante de alguna mercancía ilegal. Era tan solo tráfico de “monitas”.
El intercambio pronto se iba a dar y llamé al contacto. Dijo
que se aproximaba en su vehículo, que no tardaría en llegar. Caminé otro poco y
a unos cien metros vi tres jóvenes con cara de “enmariguanados”…decidí alejarme
de esa zona. Me alejé unas dos cuadras. El frío no menguaba y tardaba en llegar. Miré a mi alrededor sigilosamente, saqué mi celular y lo
llamé de nuevo: dijo que en dos minutos estaría en la zona. Así fue. Vi un
carro lujoso detenerse en una esquina y me acerqué. Efectivamente era el
contacto. Subí al vehículo y le hice entrega de la mercancía:
- - Todo está completo. Puedes irte.
-
- Gracias-, le dije. Y marché.
Salí corriendo en medio de la oscuridad…bueno tal vez esté
exagerando un poco, pero así me sentí. Es el tráfico legal de las monitas. Todo
sea por llenar el álbum.
Luego me uní a un grupo en Facebook, donde realizan
intercambios. Logré establecer un par de contactos en una estación de Transmilenio.
-
- Nos vemos en media hora. Ahí en la puerta-. Le escribí por el chat a uno de ellos.
-
- Listo… pero… ¿Tiene la 397?
-
- Sí. Fresco.
-
- Es que esa es la más importante.
-
- ¡No se preocupe, allá nos vemos!
Cité a dos personas en la estación y me ubiqué cerca a la puerta de acceso. Los sujetos
llegarían en cuestión de minutos. Yo les di las señas para evitar confusiones:
-
- Tengo camiseta blanca y voy a llegar también con
un saco verde deportivo.
Una pareja se encontró en ese lugar y se dieron un beso de
película. Yo procuraba no distraerme, mi misión no podía ser interrumpida. El
intercambio tenía que hacerse. Puntualmente llegó el primer individuo. Dijo que
iba a estar vestido con traje gris y corbata roja. Se acercó, nos dimos la mano
y me cercioré que efectivamente su corbata fuera roja. No quería ser objeto de
algún paquete chileno y que me diera monitas de algún álbum de Disney o algo
parecido. El sujeto sacó varios paquetes de láminas enrollados en cauchos e
iniciamos el intercambio. Todo salió según lo planeado y obtuve buenos
dividendos.
De repente me di la vuelta y vi a un joven, casi un niño, de
unos catorce años, observándonos. Me llevé la mano al bolsillo trasero pero
afortunadamente no tenía nada allí. Solo una botella plástica de una Pony Malta
que me estaba tomando. El cuasi niño, quería ingresar de forma ilícita al
Transmilenio, estaba a la expectativa, esperando alguna montonera para lograr
meterse gratis, sin embargo una empleada le dijo que se alejara, que no hiciera
trampa. El muchachito respondió un poco grosero y trató de armarle “bonche” a
un auxiliar de policía, quien de manera indiferente decidió seguir mirando a la pantalla de su
celular. De nuevo, el chicuelo, el cuasi-niño, el adolescente prematuro, se
hizo a un lado. Usaba una cachucha y un esqueleto. Sentí un leve impulso de
gastarle el pasaje, pero mi misión debía continuar, no me podía distraer, y
seguí esperando al segundo individuo que había citado.
Llego un poco despelucado y dijo que mi chaqueta no le
parecía tan verde. Dijo que le pareció como muy oscura, tal vez estaba esperando un verde
pollito o algo así. Hicimos el trueque esperado y obtuve dos monitas de Brasil.
La misión se había cumplido. Regresé a casa, sano y salvo, orgulloso de haber
hecho el tráfico legal de monitas sin inconveniente alguno. Todo sea por tener
el recuerdo del álbum que, cuando empiece el mundial, va a quedar por ahí guardado
porque estaré mirando los partidos. Así pasó en el mundial pasado. Sin embargo,
vale la pena. Es que ver a Colombia, la selección de mi patria en un mundial de
fútbol, es algo que no se ve todos los días.
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